
Admiro profundamente a la gente que disfruta del viaje. Esos que te dicen "yo me subo al auto y ya estoy de vacaciones". Yo no. Yo necesito llegar. Adonde sea. Llegar, limpiar baños, cocina y dormitorios (en ese orden) y bañarme. Con el primer café después de la ducha comienzan mis vacaciones.
Dadas las circunstancias de que los chicos "estaban más grandes", que un pasaje a Chubut es más caro que un pasaje a Chile, y que no se trataba de un ticket sino de cinco, acepté a regañadientes, con la única condición de que lo hicieramos en dos tramos (con escala en Bahía Blanca) y que respetáramos a rajatabla los horarios de los chicos.
Así que el 22 de diciembre arrancamos tempranito con el plan de almorzar en Azul (impredible Chacras de Azcona), merendar en Coronel Pringles (la plaza más bella que he conocido) y llegar tipo 19.30 al ACA de Bahía, como para bañarse, cenar y acostarse a la hora de siempre.
Igual, previmos que 2 jornadas completas de auto con tres niños de 4, 5 y 6 años no iba a ser fácil: DVD portátil, libritos, juegos imantados y todo lo que se nos ocurrió estaba a bordo del auto. Era como "El verano de los Campanelli" en caso de que se hubieran tomado dos meses en un camping.
Todo estaba previsto, salvo que Julieta preguntara si faltaba mucho en Virrey del Pino y Libertador.